Aprender
es un proceso que llevamos a cabo a lo largo de nuestras vidas y pareciera que
lo hacemos de una manera muy natural. Aprendemos a andar en bicicleta, a leer,
a hablar, a andar en transporte público, a relacionarnos con las personas,
incluso podemos decir que aprendemos a ver y a escuchar, sin embargo, aunque
parece que es algo muy natural existen ciertas condiciones que nos permiten
llevar a cabo este aprendizaje y que éste mismo sea valioso. Una de estas
condiciones, que entre otras incluyen el desarrollo físico y mental del
individuo, es la experiencia.
No hay un aprendizaje que pueda
llevarse a cabo sin experimentar, o en otras palabras, sin vivenciar el
concepto, procedimiento o tarea del cual deseamos hacernos. Ya lo dice un dicho
popular: “nadie experimenta en cabeza ajena”, y al no poder tener esa
experiencia de primera mano, lo que obtenemos es sólo un pequeño acercamiento a
aquello que deseamos integrar en nuestra conducta o pensamiento, se vuelve
simplemente un mensaje que se queda grabado en la memoria, pero que no tiene un
punto de anclaje en el individuo, por decirlo de otra manera algo que se enseña
sin proporcionar la condición de la experiencia deja al sujeto como un barco a
la deriva, sin la posibilidad de echar ancla fijándose en un sitio quedando a
merced de los vientos y mareas.
La condición de la experiencia en
este sentido dificulta el proceso de enseñanza-aprendizaje dentro del aula.
¿Cómo lograr que la persona experimente dentro del aula?, ¿cómo hacer para que
el concepto no sea un mensaje vació y se torne en un aprendizaje? La respuesta
a esta pregunta es algo complicada, pero como muchas cosas la complicación
dependerá del enfoque o cristal que usemos para mirarlo. Partiendo del precepto
de que somos una tabula rasa y que no hay precedentes en nosotros de aquello
que se enseña entonces el aprendizaje de conceptos se torna algo que tendría
que ponerse a prueba a posteriori,
tendríamos que memorizar el concepto y después vivenciarlo, pero esa vivencia
puede llegar al momento siguiente, al día, mes o incluso años posteriores y
mientras el significado sería vacuo.
Pero si depende del cristal con que
se mire entonces podemos cambiar nuestro enfoque. Evitemos la idea de que somos
una tabula rasa, pensemos que desde el momento en que poseemos un cuerpo ya
estamos en la posición del vivenciar, experimentamos los cambios de temperatura,
el sonido de los objetos y las personas que nos rodean, de las sensaciones que
llegan a nuestro cuerpo, ya sean estas placenteras o dolorosas, es decir, desde
el momento de nuestro nacimiento ya estamos creando un acervo de experiencias.
Todas estas experiencias, podríamos decir, se encuentran ya archivadas, aunque
con algo de desorden, no tienen algunas de ellas un concepto al cual asirse y gracias
al cual logren el aprendizaje completo.
Es en esta incógnita acerca del
aprendizaje donde podemos recurrir a Jean Piaget quien nos señala que son las
interacciones entre el sujeto y el objeto lo que da pie a que podamos aprender,
pero que lo aprendido dependerá del desarrollo del individuo, que tan maduro
sea y de acuerdo a esta madurez será el cómo logre aprehender el objeto, mas
también influye el lugar, tiempo y cultura en la que nos encontremos. Son estas
tres condiciones las que determinaran cómo y qué aprende una persona: cómo vive
el objeto, que tan desarrollado se encuentra fisiológicamente y el lugar o
sociedad en la cual se encuentra viviendo.
Bajo estos preceptos se puede tratar
de dar una respuesta a las preguntas antes planteadas. Si se desea que el
individuo dentro del aula logré aprender “algo” entonces debemos valernos de
las experiencias que ya haya tenido, reconocer cómo han sido sus interacciones
anteriores con los objetos, cómo los tiene comprendidos y en qué etapa de su
desarrollo se encuentra para encontrar el método que más le convenga para
lograr el aprendizaje. Lograr que la persona relacione sus experiencias con el
concepto y les dé un encuadre apropiado a su cultura es una forma de lograr
nuestro objetivo; esto puede ser algo difícil y laborioso dentro del aula y que
lamentablemente en nuestro sistema educativo tiene muchos obstáculos, los
cuales por el momento no me detendré a nombrar.
La aproximación que tiene Piaget
respecto al aprendizaje no es ajena al psicoanálisis, simplemente cambiemos el
aula por el espacio psicoanalítico, al escritorio por el diván y al educador
por el analista. Ya en sus tiempos Sigmund Freud nos hacía mención de las
series complementarias, que como Piaget, nos indicaban que el desarrollo del
individuo y la conformación de su personalidad dependían de lo genético,
aquello constitucional al sujeto, a las vivencias que haya tenido durante su
crecimiento y al vivenciar de los retos actuales.
Freud a lo largo de su obra indica
que estos factores serán decisivos en la constitución de un individuo y entre
sus investigaciones podemos encontrar ejemplos significativos que sirven para
mostrar cuán cercanos son ambos autores en su concepción del aprendizaje y los
errores que pueden hallarse en el proceso de aprender. Son las teorías sexuales
infantiles que Freud halló en sus análisis los que tomaré para mostrar estas
similitudes.
De acuerdo a la teoría freudiana del
desarrollo todo individuo pasa por distintas etapas en su crecimiento, etapas
que se encontrarán regidas por una zona erógena en específico, éstas son la
oral, anal, fálica, latencia y, por último, genital. La comprensión que tenga
el sujeto del mundo estará marcada por la etapa en que se encuentre, ya que
esta define la forma en que interactuamos con los objetos y los entendemos. Las
teorías sexuales infantiles son las explicaciones que cada niño tiene de
diversos temas, principalmente: la diferencia de sexos, el enigma del
nacimiento y el significado de la relación sexual.
Las teorías infantiles, dice Freud,
son resultado de una aproximación inmadura del niño a temas que le causan
incógnita, ante estas dudas buscará respuestas, pero estas respuestas tienen un
resultado inexacto, ¿por qué inexacto? Porque el niño responderá a ellas de
acuerdo a la etapa de desarrollo en que se encuentre, las soluciones que haya
están definidas por el tipo de pensamiento particular de cada estadio y al ser
una forma de acercarse y relacionarse con los objetos muy parcializada la
totalidad de un fenómeno no se le muestra sino únicamente comprende parte de
ella.
Piaget señala que los errores de
aprendizaje se deben a una aproximación y comprensión errónea o inadecuada al
objeto de conocimiento, Freud observa que las teorías infantiles tienen
resultados inexactos porque el niño al investigar el tema lo realiza con una madurez
parcial que le da respuestas parciales, visto en perspectiva podemos ver ¡cuán
cercanas son las concepciones de ambos autores!
¡Cuántas patologías llegan a la
consulta porque las experiencias con los objetos han sido a veces mal
interpretadas! ¡Cuántos malestares tiene una persona porque ha habido algún
error en el proceso de asimilación-acomodación! Diría Piaget. Los malos
acercamientos a los objetos, la experiencias confusas o difusas, las malas
interpretaciones de las situaciones debido a nuestra propia inmadurez, es
decir, diversos malos aprendizajes son los que nos llegan a la consulta, los
pacientes tendidos en el diván nos narran experiencias que los han consternado,
tribulado y que no fueron capaces de comprender por completo dejándolos con la
incomodidad del síntoma como la mejor conclusión a la que pudieron haber
llegado.
Piaget y Freud nos hablan de la
importancia de la experiencia y de los muchos aprendizajes inexactos que podemos
tener y es en estas similitudes entre dos hombres que vivieron en tiempos distintos
que se alzan preguntas que pueden ser obvias, equivocadas, fáciles o difíciles
de acuerdo a cómo entendemos la situación analítica, pero podríamos
preguntarnos: ¿el analista es un educador? ¿el analista re-educa a los
pacientes? ¿son las posiciones de un educador y un analista distintas o
simétricas? Las respuestas posiblemente puedan hallarse únicamente a partir de
la experiencia.